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El trastorno de la conducta alimentaria como trinchera emocional

¿Cómo pueden las emociones desembocar en una nefasta relación con la comida, con el cuerpo y con la propia persona?
Pau Soto Usera

Pau Soto Usera

Psicólogo clínico de la Unidad Funcional Integrada de Trastornos de la Conducta Alimentaria. Área de Salud Mental
Hospital Sant Joan de Déu Barcelona
Trinchera emocional

¿Por qué se produce una relación de amor-odio con la comida? ¿Cómo puede un torbellino de emociones dolorosas a las que es difícil poner nombre desembocar en una nefasta relación con la comida, con el cuerpo y con la propia persona? 

Esto es lo que sucede con las emociones en los casos de anorexia y bulimia nerviosa.

En la vida, desde muy temprano, aprendemos a identificar aquello que nos produce placer y aquello que no. Aprendemos a regular estos estados emocionales gracias a la presencia de las personas que nos cuidan. Los bebés, a menudo se sienten incomodos y lloran, mientras que cuando obtienen una gratificación, sonríen y juegan. Con el tiempo, se van haciendo cada vez más autosuficientes a la hora de satisfacer sus necesidades físicas y emocionales, entendiendo qué pueden hacer para calmar esos estados desagradables y pidiendo ayuda si es necesario. En todo este proceso la comida juega un papel fundamental porque es el primer regulador de estados desagradables. Desde el principio nos satisface y nos calma, nos tranquiliza y nos nutre. 

Las emociones desagradables, como cualquier otro proceso psicológico, se vuelven cada vez más complejas conforme crecemos. Aparece el miedo, la ira, la ansiedad, la tristeza. Estas emociones nos ayudan a construir y a comprender el mundo, además de adaptarnos a él de una forma eficaz. Hay emociones que pueden actuar como mecanismos de alarma, que nos advierten de posibles peligros o amenazas externas. Cuando estas emociones se viven en sí mismas como amenazantes, peligrosas, terribles, abrumadoras o intolerables, se crean maneras de huir de ellas, evitarlas y encontrar un refugio. Este mecanismo de huida, que es propio de cada persona y podría ser un aliado para la propia supervivencia, se convierte en una vía de escape de las propias emociones, que forman parte de uno mismo: es como si uno quisiera huir de sí mismo.

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Es decir, si una emoción puede ser aquello que señala un peligro externo pero se vive como un peligro en sí mismo, esta emoción pierde su función identificadora  y los esfuerzos se dirigen a dejar de sentir esa emoción y no a mejorar el contexto en la que tiene lugar. 

Cuando no sabemos o no podemos afrontar estos estados emocionales desagradables, el resto de estrategias que tiene el ser humano para mantener su equilibrio emocional dejan de ser efectivas. En lugar de hacer frente a un peligro externo, se buscan estrategias para hacer frente a un estado emocional negativo interno. En lugar de esforzarse en apagar el fuego, los esfuerzos se dirigen a apagar la alarma. 

Se establece una especie de campo de batalla entre la persona y sus emociones en el que, o bien se lucha, o bien se busca la trinchera emocional.

En el caso de los trastornos de conducta alimentaria, se vuelve una y otra vez a la comida como un refugio, un sinónimo de protección y bienestar. De manera simbólica se puede pensar en ella a todas horas para no tener que sentir o pensar en todo lo que está generando malestar, a la espera de que pase todo, a que vuelva la tranquilidad, la calma, y desaparezca el torbellino de emociones oscuras. 

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La raíz de los trastornos de la conducta alimentaria

Relación amor-odio con la comida

Si llega el momento en que la comida pierde su efecto autocalmante y se vuelve ineficaz como apaciguador de estos estados emocionales aversivos, se puede establecer una relación de ambivalencia con la propia comida: se busca constantemente al tiempo que se rechaza y se expulsa. Como en la ambivalencia de una relación interpersonal, se repetiría el patrón de «ni contigo ni sin ti». 

La comida deja de ser sólo comida y se convierte en una especie de relación de amor-odio que ocupa el centro de los pensamientos. 

¿Cómo es posible dejar esta relación tóxica si hablamos de algo de lo que dependemos para vivir? La dependencia en este caso está llevada al límite: «te necesito para (sobre)vivir». La ambivalencia se convierte en la paradoja de odiar algo que se necesita y el blanco de ese odio se puede desplazar hacia los demás o hacia dentro. 

Este enredo de emociones hace que el problema pierda su dimensión racional: no puede resolverse apelando solamente a la lógica. Para reparar esa relación con la comida es necesario salir de la trinchera y entrar en contacto con esas emociones que daban tanto miedo, quizás dejar de luchar y aplicar el autocuidado, la autocompasión y el respeto por uno mismo. Para que la comida vuelva a ser sólo comida, objeto que nos nutre y vía de conexión con uno mismo y con los demás.